Charape a raudales: fiesta, música y pulque en San Nicolás, Ixmiquilpan

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Álvaro Reyes

Cómo ocurre cada 11 de septiembre de cada año, el aire olía a fruta fermentada y a pólvora de cohetones. Entre música de banda, gritos, risas y vasos de plástico que chocaban, la comunidad indígena de San Nicolás, en Ixmiquilpan, celebró la tradicional fiesta del charape, en honor a su santo patrono.

Desde las bateas de camionetas, los mayordomos “entrantes” sacaban jarros rebosantes del cremoso pulque curado, mientras decenas de manos se extendían con termos, botellas y hasta cubetas. Miles de litros del llamado “néctar de los dioses” corrían como río blanco, endulzado con guayaba, piñón, arroz, nuez o pistache.

“¡Salud, vecino!”, gritaba alguien alzando su vaso desechable recién comprado en la plaza por diez pesos, mientras al fondo resonaban tamboras y trompetas.

Bendición y permiso para beber

Antes del jolgorio, el padre Santiago roció agua bendita sobre los tinacales, las familias productoras y la multitud congregada. Luego, con una sonrisa cómplice, soltó la frase que encendió la fiesta:
“El charape es fruto del amor de los mayordomos… El vino alegra el corazón del hombre y la mujer. Así que tomen, nada más por hoy”.

La explanada estalló en aplausos y enseguida los vasos comenzaron a llenarse una y otra vez.

Fiesta de trabajo y comunión

Detrás de la abundancia había jornadas enteras de faena. Mujeres hincadas en metates molieron frutas y semillas; hombres removieron tinacales donde burbujeaba el pulque. En cada casa de los ocho mayordomos se colocaron lonas y sillas para recibir a los visitantes, con comida y bebida sin escatimar.

La familia Beltrán Antonio, por ejemplo, preparó alrededor de 9 mil litros de charape de distintos sabores. “Aquí no se trata solo de beber; es compartir, convivir, agradecer”, dijo Blanca Rangel, integrante de la familia.

Tradición viva

Para la artesana y activista Emilia Mendoza, promotora de la cultura otomí, el charape es más que pulque curado: es herencia y fe. “Es nuestra forma de entrar en comunión con Dios. Como en las bodas de Caná, cuando Jesús convirtió el agua en vino”, explicó.

Y así, entre rezos, música y carcajadas, San Nicolás se convirtió en un océano blanco de charape. El curado corrió hasta que las jarras quedaron vacías, las gargantas rojas de tanto brindar y las piernas flojas de tanto zapatear. Una fiesta que terminó como empezó: con la promesa de que, mientras haya pulque y fe, en este rincón del Valle del Mezquital nunca faltará ni alegría, ni borrachera, ni milagro.

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Última actualización: 22-10-2025

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